dimarts, de gener 31, 2017

stardate: a contraluz



Una noia es troba diferents homes, i d'un en un li expliquen les seves misèries. Ella els escolta amb molta atenció i sovint els fa reflexions que els indueixen a recapacitar sobre les seves vides. Ara bé, ells mai no li pregunten res a ella. Mai no s'interessen per la seva vida. Mai no li agraeixen la seva atenció. Així són en general.


- Más... vida -dijo él abriendo las manos como par recibir algo-. Y más cariño -añadió tras una pausa-. Yo quería más cariño.
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Recuerdo a mis hijos de bebés, sentados en la trona y tirando cosas solo para verlas caer al suelo, actividad que les resultaba tan placentera como terribles eran sus consecuencias. Se quedaban mirando lo que hubiera caído -una galleta a medio comer o una pelota de plástico-, cada vez más nerviosos ante la incapacidad de la cosa por regresar. Al final se echaban a llorar, y por lo general se encontraban con que el objeto en cuestión volvía a ellos por la vía del llanto. Siempre me sorprendía que su reacción a esa cadena de acontecimientos consistiera en repetirlos: en cuanto tenían el objeto en las manos, volvían a tirarlo inclinándose hacia delante para ver cómo caía. Su regocijo no disminuía nunca, y su angustia tampoco. Yo siempre esperaba que en un momento u otro se dieran cuenta de lo innecesario de su angustia y se decidieran a evitarla, pero nunca ocurría. El recuerdo del sufrimiento no surtía efecto alguno en su decisión: al contrario, los obligaba a repetirla, pues ese sufrimiento era la magia que obraba el regreso del objeto, lo que les permitía volver a experimentar el placer de tirarlo. Si la primera vez me hubiera negado a devolvérselo, supongo que habrían aprendido algo muy distinto, aunque no estaba muy segura de qué podría haber sido.
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Lo que la experiencia propia me dictaba como cierto parecía no guardar ya relación alguna con el proceso de convencer a los demás. Yo ya no quería convencer a nadie de nada.

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Las personas más interesantes eran como las islas, me dijo: no te las encontrabas por la calle o en una fiesta, tenías que saber dónde estaban y concertar una cita con ellas.

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... había abandonado nuestro encuentro con la sensación de que su vida había sido un fracaso, igual que la montaña no repara en el escalador que pierde el pie y se precipita por uno de su barrancos. Algunas veces, continué, me parece que la vida es una serie de castigos por esos momentos de inconsciencia, que el destino de uno se labra con aquello en lo que no nos fijamos o de lo que no nos apiadamos; que lo que ignoras o no te molestas en comprender se convertirá, precisamente, en aquello que no te quedará más remedio que conocer.

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La capacidad humana de autoengaño es, en apariencia, infinita... y de ser eso cierto, ¿cómo podemos saber, si no sumiéndonos en un estado de pesimismo absoluto, que no volveremos a engañarnos de nuevo?

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Y así aprendí, continuó Paniotis, que mejorar las cosas es imposible y que la gente buena tiene tanta culpa como la mala, y que progresar tal vez no sea sino una mera fantasía personal, tan solitaria, en cierto modo, como ese lugar solitario de Angeliki. Estamos todos enganchados, dijo sacando un mejillón de su concha con dedos temblorosos y metiéndoselo en la boca, enganchados a la historia del progreso, tanto que se ha apropiado de nuestro más profundo sentido de la realidad.

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La de esposa y la de madre, por ejemplo, es una existencia a la solemos lanzarnos sin hacernos preguntas, como empujadas por algo ajeno a nosotras; la creatividad de una mujer, entretanto, algo en lo que ella no cree y que siempre sacrifica en aras de otras cosas, cuando ni se le pasaría por la cabeza sacrificar los intereses de su marido o de su hijo, por ejemplo, nace de sus propias ideas, de su propia compulsión interna.

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La vanidad es la maldición de nuestra cultura ...

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La palabra 'elipsis,' por ejemplo, podía traducirse, por lo visto, como 'ocultarse tras el silencio.'